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PARA RECORDAR A EPICURO.

Es sabido que lo sexual entraña un impulso a la vez fecundante y destructivo, un acto de violencia que por lo general parte de un fundamento físico, pero cuyos efectos más significativos se revelan en el ámbito de lo simbólico. Amor-muerte, sexo-decadencia y erotismo-transgresión, constituyen entidades duales, presentes en todos los ámbitos de la tradición cultural humana, ya sea que estén expresadas por medio de un ejercicio voluntario, o como resultado de motivaciones latentes que han condicionado la producción simbólica de diversos períodos históricos. El arte constituye un ámbito idóneo para la gestación de dichos procesos, que son explorados por los creadores a través de distintos ejercicios, en ocasiones marcados por un enfoque analítico, en otros, por la caótica libertad del inconsciente vertido en las obras, y, en algunos casos afortunados, por la combinación de ambos aspectos, algo nada fácil de llevar a cabo.

En la obra plástica de Jesús Nodarse, sobre todo en su etapa más reciente, podemos percibir la presencia de ambas aristas, si bien siempre incorporadas a lo que parece constituir una de sus preocupaciones fundamentales: la creación de atmósferas altamente sensualizadas, habitadas por personajes cuyas actitudes oscilan desde la ambigüedad provocativa hasta la lubricidad y la lujuria desatadas. El carácter protagónico lo ocupan casi exclusivamente las mujeres, que habitan espacios oníricos, en los que se manifiestan ciertas interesantes confluencias. En una de las pinturas, podemos apreciar un cuerpo femenino desnudo, representado de espaldas, en medio de un paisaje translúcido, aparentemente subacuático, pero con marcadas incongruencias espaciales que apuntan al carácter imaginario de la escena. La joven se encuentra rodeada de mariposas, un detalle cuasi exagerado, que confirma la impresión de candidez y delicadeza perceptibles ya a partir de su pose y el gesto con que cubre la desnudez de la parte frontal de su cuerpo. A sus espaldas, y próxima a ella, hay una criatura de la que emergen numerosos tentáculos, algunos de los cuales usa para sujetar a un individuo masculino, que mira directamente al espectador. La actitud y la mirada de este no permiten adivinar sus intenciones, ni siquiera queda claro si se halla cautivo o se ha entregado de manera voluntaria, lo que sí podemos adivinar es que el verdadero objeto del deseo de ambos, hombre y criatura (y quizás sean proyecciones de una misma cosa, después de todo), es la joven, cuyo cuerpo parece atraer como un imán el resto de los tentáculos. Hay un componente de artificiosidad en este tipo de escenas, que emerge a contracorriente de su aparente linealidad y simpleza. En ellas, lo que al principio puede ser entendido como inocente vulnerabilidad, contiene también una provocación implícita.

En otras piezas del autor podemos apreciar un interés por mostrar de manera más frontal escenas altamente sexualizadas, imbuidas de un aliento dionisíaco, en las que, no obstante, el juego con referentes culturales se hace aún más marcado. El soporte elegido para estos dibujos es la cartulina, y en ellos el protagonismo lo ocupan una vez más las figuras femeninas, en este caso representadas como ángeles, cuyas alas rojas contrastan con la monocromía prevalente en el resto de la composición. Resueltas con notable síntesis y soltura, estas figuras angélicas practican sexo con minotauros, cabalgándolos desaforadamente mientras les abren el pecho con sus manos. Además del juego con referentes mitológicos y literarios (recordemos a los ángeles terribles de Rilke), así como la inversión del rol dominante según la tradición, aquí el sexo se halla más culturalizado, y mediado por referencias externas, en comparación con las escenas comentadas previamente, en las que prima la recreación de imágenes susceptibles de ser asociadas con los procesos del inconsciente.

Otras obras muestran a estas mujeres-ángel masturbándose, entregadas al éxtasis, y en algunos casos, sometidas a un doble escrutinio voyeurístico: el primero, y del cual también somos partícipes, es conducido por el artista, que configura las escenas en función del placer visual, mientras que en ocasiones también se incluyen otros personajes dentro de la composición, como el minotauro que observa arrobado al ángel en pleno abandono post-orgásmico, y cuyo muslo acaricia levemente. Hay aquí una suerte de manierismo, dado por la manera en que el apetito animal cede, presumiblemente, a goces más sofisticados, desde una voluntaria actitud de sumisión, que induce a la sospecha de un acuerdo tácito en el juego con los roles.

En última instancia, quizás resulte improcedente separar lo sensual en términos de instintivo/intelectivo, primitivo/culturalizado, pues ambas instancias se solapan y superponen de manera constante, creando espacios de ambigüedad y provocación que constituyen justamente el principal rasgo que las hace relevantes en términos humanos. La obra de Jesús Nodarse, sin subrayados innecesarios, da cuenta de ello.

Carlos Jaime Jiménez [/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
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LAS FÁBULAS DEL MATRIARCADO.

La obra reciente del artista cubano Jesús Nodarse se distingue en primera instancia por su marcada teatralidad. Se trata de un gran carnaval en el que desfilan ante nuestros ojos tres personajes fundamentales: el minotauro, el bufón o arlequín y la mujer. Entre ellos tres se tejen intensos dramas caracterizados por escenas sexuales, relaciones de poder, transacciones monetarias, tensiones psicológicas, lujuria, desenfreno.

Esos tres personajes representan las mutaciones de una isla que se ha convertido en una puesta en escena para satisfacer el morbo y la curiosidad internacional. Una isla que exporta, entre otras cosas, el sexo y sus mujeres como carta de presentación principal. Se trata de féminas que se debaten entre el amor y el odio, la ternura y la herida, el cariño y la violencia. Mujeres que ofrecen tanto un beso como el arañazo punzante de sus uñas sobre la piel.

Por su parte, los arlequines son quizás los personajes más complejos: ellos habitan el espacio del doblez, el simulacro, el fingimiento de una realidad que no es tal. Son “travestis” morales, para los cuales la ética ha pasado a ser un cuento de hadas, una historia del pasado. El bufón sufre y aparenta ser feliz ante los demás. Sonríe cuando tiene “la noche bien clavada en el alma”. Divierte a los otros mientras camufla su amargura. Es un prisionero de su propia inconsistencia ética. Y lo peor es que, en el fondo, todos tenemos un poco de bufones.

Entretanto, el minotauro representa ese instinto animal con el que los centros hegemónicos de Occidente nos miran y desean. Ese apetito insaciable que se divierte con la necesidad insular. Ese “otro cultural” que encuentra en la ínsula los placeres y aventuras más recónditos. El minotauro viene a negociar con nuestro exotismo. A veces el negocio le sale bien. Otras, termina derrotado por las “medusas” caribeñas, por las peligrosas féminas de la isla “hot”. 

Todo lo anterior le confiere a la obra de Nodarse una profunda dimensión antropológica y social que la coloca entre lo mejor del contexto plástico cubano de hoy. Una obra que se vale de agudas metáforas para retratar las múltiples transformaciones de la Cuba de hoy y de su gente. Una Cuba difícil, pero a la vez hermosa. 

Asimismo, destaca en las obras la habilidad del artista para el tratamiento del espacio representacional, la iluminación pictórica, los contrastes entre luces y sombras, las combinaciones cromáticas y, sobre todo, el dibujo. Jesús Nodarse es un gran dibujante; la línea en sus obras es sumamente sensual, lúcida, seductora. Ella es cómplice de todas las historias (o más que cómplice, protagonista). Es el principio y el fin. La mayor arma del artista. 

Otra virtud de Nodarse es su habilidad para el manejo de cualquier formato, desde pequeños hasta grandes. Especialmente estos últimos, a través de polípticos de narraciones complejas que funcionan a la manera de secuencias cinematográficas. Existe mucho misterio en las obras del artista, como si se tratase de un “suspense” lleno de intrigas, dudas, chantajes emocionales, provocaciones múltiples. 

Hay una obra particularmente reveladora, y es aquella que muestra un personaje (¿femenino?, ¿masculino?) de espaldas, mientras observamos las heridas provocadas por un arañazo sobre su piel. Aquí lo interesante son las preguntas que suscita la obra. Ella habla más desde la ausencia que desde los elementos presentes. ¿Quién lastimó al personaje? ¿Por qué lo hizo? ¿Se trató de un gesto agresivo o erótico? ¿O ambos? ¿Qué relación tenía el agresor con la víctima? ¿Qué hizo el personaje para merecer semejante herida? ¿Qué sucederá después? ¿Es la herida el principio de un conflicto mayor?, ¿o el fin de una tragedia que llegó a su momento climax? Nunca lo sabremos realmente, y es esa facultad para fabular historias en nuestras mentes lo que hace de estas obras un conjunto especial. 

La relación entre el reino humano y el reino animal es otro rasgo de estas obras del artista. Es así que observamos búhos, medusas, mariposas, pulpos, pavos reales, entre otros seres que participan de las escenas como actores o como testigos presenciales. Animales humanizados, calculadores, casi siempre victimarios, a veces simuladores, cínicos. Ellos interactúan con la típica mujer presente en las escenas: mujeres libidinosas, por momentos desnudas o semidesnudas, a veces rapadas, con los labios de un rojo intenso. Y sus miradas, coqueteando con el espectador, como llamándonos a participar de las escenas. Ellas nos tientan a “pecar”, hurgan en el costado más licencioso de nuestro ser.

En definitiva, el universo de las obras de Nodarse es un mundo regido por mujeres. Una sociedad del matriarcado, donde las féminas deciden el rumbo y el destino de la existencia masculina. Ellas someten, subyugan, juegan con los hombres, se divierten con sus imprudencias. Son las “chichas letales”, las reinas de un tablero de ajedrez en el que solo existen reyes de turno, efímeros y de bajo impacto.

Piter Ortega Núñez  [/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]